Historia de un amor (1a parte)

Marzo 1978-Marzo 2012: 34 años de historia en mi matrimonio con Armantina.
A los 21 años, cuando terminaba la carrera de medicina en el viejo hospital san Vicente de la ciudad de león, fui invitado a participar en una brigada de salud que viajaría a lo que hoy se llama región atlántica sur, donde irían jóvenes egresados y estudiantes de último año de carreras como odontología, farmacia, tecnología médica y medicina, al principio no me pareció una buena idea, pero un compañero de clases me persuadió de viajar, acepté, sin darme cuenta que se trataba de un viaje que cambiaria mi vida de forma definitiva. 1978 sería un año especial en la historia de Nicaragua, en ese tiempo comenzaría el proceso insurreccional que meses después daría fin a los 50 años de gobierno de la familia Somoza en Nicaragua; ese mismo año los estudiantes de medicina habíamos decidido no celebrar la ceremonia de graduación y habíamos enviado los fondos recolectados a los familiares de los asesinados en Monimbó; el ambiente era por supuesto de mucha tensión política y los jóvenes, éramos el blanco de las balas de la guardia nacional, pero a esa edad no teníamos miedo a nada, creíamos luchar por una Nicaragua mejor y estábamos dispuestos a todo, incluso a dar nuestra vida, si fuese necesario. Meses antes había salido de la cárcel, había sido detenido y torturado en el comando de la guardia nacional en Chinandega, y por una gestión milagrosa había salido libre y escapado del consejo de guerra, mi eventual traslado a las oficinas de la seguridad en Managua y hubiese sido el final de mi sueño desde niño, de ser médico. Pero ahora estaba libre, había concluido mis estudios y en poco tiempo iniciaría a trabajar como médico en el hospital del ingenio san Antonio, era un hombre feliz, había sobrevivido a la pobreza, había salido de Chichigalpa, había sobrevivido a la cárcel y la tortura, y con mi beca universitaria había terminado mi carrera de medicina. Y solo tenía 21 años. Mi sueño ahora era aprobar el examen de medicina de estados unidos, gestionar una beca en la embajada norteamericana e irme a estudiar medicina interna; en mi entusiasmo adolescente había comprado el libro de Harrison de Medicina Interna en ingles y me preparaba estudiando para el examen de ingreso en las universidades de EEUU, también soñaba con mi apartamento de soltero con una cama ancha, sabanas limpias, almohadas suaves, un estéreo para escuchar a Joan Manuel Serrat y muchos libros. Era un mediquito de 21 años de edad. Salimos de León en varios buses al mejor estilo universitario, canciones, bromas, risas, juventud, hormonas, entusiasmo y un deseo natural de servir, de poner en práctica los largos años de estudio de las ciencias medicas; atrás quedaba el viejo anfiteatro y sus cadáveres preparados con formalina, el laboratorio de fisiología donde ensayábamos todo tipo de experimentos con los perros callejeros leoneses, las clases de patología, las clínicas en el hospital, los turnos, los compañeros de la casa del estudiante, donde viví 5 de los mejores años de mi vida, la inolvidable ciudad de león, las manifestaciones, serenatas y desvelos, tantas y tantas cosas. Al llegar a El Rama, nos subimos a un viejo barco que hacía la ruta hacia el puerto de Bluefields por el majestuoso río el rama, un viaje de varias horas por lo noche, en medio del silencio del Caribe, el ruido del motor, las risas juveniles y la inseparable botella de ron, que alguien había metido de forma clandestina en la maleta. Un grupo nos apoderamos de inmediato de la parte alta del barco, un piso donde había aire acondicionado y una vista inmejorable del río, un espectáculo fascinante y majestuoso. A medianoche supimos que el barco se había averiado y debíamos estar ahí, en medio del río, mientras reparaban la nave; no sabía nadar pero en mi corazón no cabían inquietudes de ningún tipo. No pensaba en nadie en particular, ni en mi novia María Eugenia, una militante del frente estudiantil revolucionario, ni en mi madre o mi abuelita, viviendo en Chichigalpa, ni en mis hermanos, no, solo respiraba el aire del río, la brisa nocturna, la magia del ambiente, no me molestaban los mosquitos, había sobrevivido a 21 años de malaria, a decenas de enfermedades, la vida era mi presente, mi realidad, mi aquí y mi ahora. Llegamos a Bluefields en la mañana del día siguiente, llevaba mi maletita con los 4 trapos que me pertenecían y la cámara profesional de mi tío ofilio, ella sería el testimonio de mi primer viaje al Caribe, aunque en realidad de mi país, no conocía casi nada. Desayunamos y nos distribuyeron en los diferentes municipios de la región, yo fui enviado a laguna de perlas. Laguna de Perlas era un lugar paradisíaco, arenas blancas, palmeras, olor a naturaleza, un calor tropical envuelto en una brisa marina espectacular, comidas exóticas con aceite de coco, personas que nos miraban con ojos de asombro, y nosotros en nuestras gabachas blancas, con estetoscopios al cuello y aquella mirada juvenil, llena de vida, inocencia y pasión. Viajamos de Bluefields a laguna de perlas en panga, un medio de transporte que consistía en una lancha de madera con un motor fuera de borda, nos pusimos chalecos salvavidas y atravesamos el caribe a más de 60 kilómetros por hora, en una especie de canal construido a la orilla del océano. Un primer viaje en barco, un primer viaje en panga, un primer viaje al caribe, una primera vez en muchas cosas. Esa misma mañana iniciamos las consultas médicas, eran decenas de personas, en su mayoría niños y mujeres, algunos ancianos, entraba un paciente, salía otro, auscultábamos corazones, escuchábamos pulmones, palpábamos abdómenes, empezamos a reconocer una lista de enfermedades tropicales y parasitosis múltiples; del libro a la realidad, nos sentíamos importantes, útiles, necesarios, felices de llevar un poco de salud a esos lugares olvidados y remotos en la geografía de Nicaragua. El Caribe, el antiguo reino inglés, la iglesia morava, las casas encima de tambos, la mezcla racial, la distancia cultural y social con esos hermanos nuestros, tan nicaragüenses como nosotros y a la vez tan distintos. Serían como las 11 de la mañana, cuando me levanté para ir a la farmacia a preguntar por un medicamento, habíamos traído medicinas pero todo se agotaba rápidamente, entre el consultorio y la farmacia había un pasillo de unos 6 metros, y en medio habían ubicado a la derecha, el laboratorio, camine con mis 127 libras y mis 173 centímetros de entonces, cuando de repente, no se aun porqué, volví a ver hacia mi derecha, y ahí estaba ella, sentada frente a un microscopio, observado las muestras enviadas por nosotros; una muchacha que nunca antes había visto en mi vida, fue como una visión celestial, el cabello castaño, la piel blanca, la bella nariz, un perfil real, desconocido, tierno, femenino, y entonces ocurrió el milagro; ella volvió su mirada hacia su derecha también, y de repente vi sus ojos, el brillo de Dios en su mirada, vi reflejado la ternura, la profundidad, la timidez, el encanto, la dulzura, y quedé paralizado, quieto, inmóvil, palpitante, pleno; mientras ella sin darse cuenta siquiera, retornó la vista al microscopio y siguió observando hymenolepis nana y taenia solium, yo caminé hacia la farmacia como autómata, había conocido a mi futura esposa, Armantina Maria, la mujer más importante de mi vida a partir de entonces. (mañana parte II)

Comentarios

Bomar Mendez ha dicho que…
Saludos maestro. Muy interesante historia aunque no pude encontrar la parte II. Un fuerte abrazo desde Taipei. Bomar.
Unknown ha dicho que…
Que lindooooo :3 Me parecia que estaba leyendo una novela de Carlos C. Sanchez, que amor :3 y la segunda parte donde esta!!!! :) Saludos

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