Nadie tiene mas amor, que el da su vida por los demas

Relato # 10:


Chichigalpa en los años 60 era una ciudad dinámica y bulliciosa. En la calle principal, donde quedaba la parada de buses, estaban ubicadas las tiendas de “los turcos”, comerciantes árabes, fenicios y palestinos, que llegaron a Nicaragua buscando no sé que cosa, que se quedaron en esta tierra, vendiendo telas, o haciendo cualquier negocio, hombres hábiles, que con su acento y aspecto inconfundible, le dieron a su vida y sus “tiendas”, un “toque” inconfundible en los lugares donde se asentaron.
Así llegó don Abel Abdalah al pueblo, quizás atraído por el comercio generado por la familia Pellas, quizás huyendo de una decepción amorosa, quizás buscando un lugar tranquilo para sus tres hijos. Yo no lo sé. Pero a mi, me llevó un nuevo hermano, una persona excepcional, el ser humano mas tierno, humano y dulce que yo haya conocido: Mauricio Abdalah, su hijo menor.

Sé que todos tenemos en la vida personas a quienes amamos, mas allá de papá, mamá y familia. Sé que puedo estar sesgado por el amor y las circunstancias, pero muchos, que le conocieron, no me dejarán mentir, y podrán relatar con mas propiedad que yo, la historia de este muchacho excepcional, mi hermano del alma, un joven médico quien entregó su vida por todos y para todos.
Yo tuve el privilegio de compartir con él, la escuela primaria, el instituto en la secundaria y la escuela de Medicina. Fueron 15 años de complicidad, amistad, cariño y cercanía, como pocas personas en mi vida. Su padre don Abel, fue como un padre para mi, y sus hermanos Jelua y William, mis hermanos mayores, quien aun viven y a quienes puedo abrazar de vez en cuando, ella una brillante ingeniera y él, uno de los mejores cirujanos de Nicaragua. La ultima vez que los vi fue en el velatorio de la doctora Esperanza Santamaría, en la primera iglesia bautista de Nicaragua. Son y serán mi familia.

Le decíamos “el turco”: alto, taciturno, amante de la literatura y poesía, de carácter pasivo y semblante tranquilo, un compañero y amigo, solidario con quien lo necesitaba. Brillante, sensible, generoso, diferente, modesto, relleno de valores y capaz como lo hizo, de dar su vida por los demás. Con él aprendí a disfrutar de las canciones de Sandro y de los cigarrillos Windsor. Fue la única persona con la que “consulté”, antes de casarme con Armantina, y solo me dijo “te será fiel toda la vida”, y ello bastó para disipar cualquier tipo de dudas.

¿Que más puedo decir de Mauricio?, de aquel muchacho desgarbado, con cara de poeta, alma de niño, corazón valiente, lleno de humildad, solidaridad, profunda compasión ante el dolor, visionario, con una clara comprensión de la realidad histórica de su querida Nicaragua.
Que puedo decir, mas allá de su profunda mirada, desde donde contemplaba toda la injusticia del país: analfabetismo, exclusión, inequidad y represión militar. Un pequeño país donde Somoza y sus allegados poseían todo y un pueblo empobrecido y humillado no tenía nada.

Mauricio comprendió desde muy joven esta realidad, tras su estatura física y moral, tras el dolor humano de la separación de sus padres, tras el humo de un cigarrillo, tras las canciones de Sandro, el argentino, tras los estudios donde siempre fue brillante, cuadro de honor, siempre estuvo ahí, en el estrado de los mejores, sin ostentación alguna, sin vanagloria.

Nunca se ufanó de su talento, solo lo delataba su mirada y sus gestos, siempre dispuesto a compartir, a dar todo lo que tenía, dinero, alimentos, ropa, zapatos, todo, pero siempre en silencio, sin que nadie se diera cuenta, nunca necesito el aplauso o el reconocimiento.
De la vida política de Mauricio podrían decirse muchas cosas, y yo soy el menos indicado para ello, únicamente diré que nunca rehuyó nada, desde la semi clandestinidad o desde la opción más radical, nunca dijo no puedo, siempre estuvo ahí reclutando con su ejemplo e incluso desde su muerte.
Una semana antes de la insurrección de Mayo del 79 en el Ingenio San Antonio, me lo encontré en la parada de buses de Chinandega, yo venia de Villanueva donde estaba realizando el servicio social, y me dijo “no regreses al centro de salud, andate a casa con Armantina (estaba embarazada de nuestra primera hija, Mey Ling), cuida de ella y tu hija, quédate con ella hasta que todo pase”. No le pregunté nada, e hice casi todo lo que me pidió. Dos semanas después la GN asesinaría al personal de salud de VillaNueva, mi hija jamas me hubiese conocido, yo no estaría relatando esta historia.

Fue asesinado un 29 de junio de 1979 a sus 22 años. Ese mismo día, casi a la misma hora nacía mi primera hija: un nacimiento surgido tras su muerte, y me pregunto: ¿cuantos niños y niñas más?, cuantos nuevos nacimientos surgieron de la semilla de tantos jóvenes como Mauricio,
Su padre, Dn. Abel escribió un poema epitafio en su tumba: “Triste quedo nuestro hogar con tu partida”. Por esas cosas de la vida, su tumba está al lado de los restos mortales de mi abuelita Chepita, quien junto a mi madre lo amaron como un hijo. Y lo seguimos amando y extrañando.

Más de alguno podrá discrepar, gritar, calumniar, ofender, difamar, manipular, provocar. No importa. Mauricio trasciende a cualquiera. Nadie puede quitar la sonrisa de su rostro, nadie puede robar su trascendencia e inmortalidad. Nadie. Sé que su alma inmortal está en el cielo, porque ¿Quién puede mostrar más amor, que aquel que da la vida por sus hermanos?

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