El niño castigado o el padre iracundo

Cuando era un niño mi madre solía castigarme, a mi manera de ver era injusto. Era hijo parental, tenía diez años y cuatro hermanos menores, los últimos fueron mellizos.
Mamá trabajaba duro, fue madre soltera, ya había perdido dos hijos, una fallecida y otra era criada por su hermana mayor, la tía Rosita.
Yo tenía que ir a la escuela y cuidaba como podía de mis hermanos. Mamá regresaba a las seis de la tarde y cuando los chiquitos fueron creciendo, eran, sobre todo el menor, el que ponía quejas a mamá. Ella creía y se disponía a castigarnos.
Yo, usualmente me interponia entre mi mamá y mis otros hermanos, entonces el castigado era yo.
En buena medida me fui acostumbrando. Mis hermanos eran de diferentes padres, los mellizos eran hijos de un señor con buenos recursos económicos y la vida de los chiquitos fue radicalmente diferente a la de los tres mayores.

Navidad era mi mejor época del año. Tenía tiempo libre, solo debía cumplir la extensa lista de deberes en casa para salir a jugar y por supuesto esperar como agua de mayo, la visita de la tía Rosa y mi hermanita mayor.
Eran días de extrema felicidad. Y el veinte y cuatro de diciembre recibía lo mejor de lo mejor de lo mejor. Mi principal recuerdo fue un tren de baterías que al encenderlo salía corriendo con luces de color rojo y el típico ruido de la bocina de la locomotora.
Me volví loco. Era el mejor juguete del mundo. Han pasado casi sesenta años y lo recuerdo.

Al terminar las vacaciones mi tía y mi hermanita regresaban a la gran capital y yo volvía a mi rutina. Estás dos semanas era el antídoto para resistir las cincuenta semanas restantes.
Una tarde mamá volvió de trabajar, venía agotada como siempre,y yo sabía que luego de medio comer, seguía trabajando hasta media noche en su máquina de coser. Esa era una vida y la asumía con estoicismo por ser mamá adolescente, producto de abusos sexuales. 

El mellizo menor, a veces apoyado por el mayor, le dijo algo a nuestra madre, y se puso furiosa, me castigó y nada, me fui a dormir llorando. "Algún día me iré de aquí, y seré un gran médico, me casaré, tendré hijos y no volveré jamás a esta casa". Esos eran mis pensamientos recurrentes cuando ocurrían cosas así.

Por la mañana, era sábado, mamá solo trabajaría en casa, me llamó, tenía mi trencito en la mano, caminó hacia la letrina y lo dejó caer.

Ese día se me partió el corazón por primera vez. Habrían muchos otros momentos de mi vida adolescente y adulta, dónde la vida me partiría el alma o el espíritu en pedacitos, que duelen como vidrios molidos en lo más profundo del ser.

Hace pocos días mi última nieta, con diez años llevó un teléfono móvil que le había regalado, al colegio. Sus padres se enteraron y exigieron le quitará el celular, ellos hablarían con ella por la noche.
Así ocurrió y decidí formatear el equipo, dejarlo como de fabrica, y que los padres decidieran si lo continuaban permitiendo o no.
Mi hija llamó más tarde, pidiendo no tocará el equipo, para ver el historial y saber el uso que ella le estaba dando
Pero ya lo había restaurado. No había vuelta atrás.

Mi nieta lloró y mi esposa me dijo horas después que había actuado como mi madre que lanzó mi trencito por la letrina. Había borrado juegos, videos y app que la niña tenía almacenados.
Me defendí argumentando que el teléfono podía restaurarse y usualmente los llamados smartphones guardan copias y con las cuentas asociadas era posible restaurar casi todo.

Pero más allá de esta posibilidad, pensé de nuevo en mi niño interior. Yo tuve cuatro hijos y no maltraté físicamente a ninguno. Ni hubo castigos de esta magnitud. Era quizás la primera vez que hacia algo así. 
En el fondo me sentí responsable de la falta escolar cometida por mi nieta, porque yo le había regalado el celular. Mi esposa dijo que el castigo era desproporcionado y me cuasi acusó de maltrato infantil

Escribo esto y no estoy seguro de lo que pasó. Ya hablé con la niña y le he explicado el porqué mi actitud y la posibilidad de restaurar todo, una vez sus padres regresen el celular

Mi esposa me recomendó pedir perdón a la niña. Y en eso estoy. No tengo ningun problema en pedir perdón. Me atormenta el tema del abuso y la lección por ahora, es dejar a los padres que decidan el que hacer con su hija, respetar sus criterios y apoyar como abuelo en lo que pueda.

Si algo me parte el alma son las lágrimas infantiles y eso fue lo que Infelizmente provoqué 








 

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