Reflexiones en la entrega del reconocimiento por el XXV aniversario como professor de la UNAN León

Una madrugada de Junio de 1979, recibí una visita inesperada, mientras me encontraba atendiendo un parto en el Hospital que habíamos improvisada en una casa, en la ciudad de Chichigalpa. La sala de atención estaba llena, mujeres, niños y algunos heridos. Yo recién cumplía 22 años, había terminado el internado rotatorio y me estrenaba como medico del servicio social, mientras el país se debatía en la guerra, la insurrección final, que concluiría con más de 50 mil muertes y cientos de miles de heridos de guerra, huérfanos y viudas.

La visita era de tres queridos profesores de la Facultad de Medicina de León (la única en el país en esa época). Se trataba del Dr. Rigoberto Sampson,cirujano graduado con honores en Cornell; el Dr. Wiron Valladares, fisiólogo,graduado con honores en La Sorbona y el Dr. Fabio Salamanca, pediatra graduado con honores en México, posteriormente se integraría el Dr. Rene Meléndez, cirujano graduado con honores en Brasil.
Los conocía como mis profesores, sobre todo a Wiron, mentor y amigo desde 1971, cuando cursaba el IV año de secundaria en el venerable Instituto Nacional de Occidente.

Me reunieron al dejar un momento mi trabajo y me explicaron que el Frente Occidental Rigoberto López Pérez, había decidido que me hiciera cargo de la atención en salud en ese lugar de Nicaragua, que luego llegarían otros médicos, porque la lucha en todo el país era muy intensa. Todos andaban con camisas verde olivo y fusiles M 16 al hombro y sus expresiones eran una mezcla de valor, cariño y humanidad, también ellos eran combatientes sandinistas, la causa que había jurado defender en 1975, cuando apenas tenia 18 años y cursaba el III año de mis estudios de Medicina.

Los escuche y les dije que contaran conmigo en lo que fuese necesario. En ese momento no pensaba en mis sueños de ser internista, solicitar una beca para estudian en los EEUU, prepararme lo mejor posible, para integrarme como medico especialista a mis querido país, Nicaragua. En ese momento no pensaba en mi esposa Armantina, embarazada de nuestra primera hija,quien había estado a punto de ser asesinada dos semanas antes, cuando una tanqueta del ejercito de Somoza había atacado el hospital lleno de civiles,mientras ella trabajaba en el laboratorio clínico. No pensé nada más, solo les dije cuenten conmigo.

El país estaba asolado por la guerra, había estado de sitio en Nicaragua, se combatía por todos lados y solo en Chichigalpa había una paz relativa, ya que había sido liberada por las fuerzas sandinistas a inicios de junio de ese histórico 1979. Me había casado unos meses atrás, mi esposa recién concluía su carrera y vivíamos nuestra luna de miel y primer embarazo en medio de una guerra inesperada.

En alguna parte de mi cerebro creí que todo lo que vivíamos se trataba de algo transitorio, incluida la guerra, o quizás era lo último que pasaría si algún bombardeo o alguna bala de un francotirador nos asesinaban. La incertidumbre era total, pero yo no pensaba en la muerte, pensaba en mi deber como medico y como militante.

La verdad que esa historia terminaría 12 años después, en febrero de 1990, cuando el sandinismo fue derrotado en las elecciones, y pude,por fin, regresar en paz a mi casa, ingresar a la universidad como profesor, reiniciar mis estudios de especialización como medico y regresar a la familia que quedo atrás, en el pasado, junto con mis mejores amigos y compañeros de estudio y de lucha.

Había muerto Mauricio Abdalah, medico y mi amigo, hermano,confidente y guía, a sus 20 años. Habían sido asesinados Perla Ma Norori, Lucrecia Lindo, Lenin Fonseca, Manuel Ballesteros, y tantos hermanos.
Había muerto mi abuelita Chepita, habían nacido mis hijos,habían pasado muchas cosas.

Todo esto meditaba en el histórico paraninfo de la Universidad, al ver las imágenes de Rubén, Sandino, el Dr Fiallos y miles de imágenes mentales: la masacre del 23 de julio, las manifestaciones estudiantiles, las asambleas en el básico, mis días en la cárcel, la tortura,las enfermedades, la pobreza, cuantas cosas habían pasado para poder estar ahí,sentado a la par de Trinidad Caldera, psiquiatra con un PhD, compañero de estudios en la Universidad, mi esposa Armantina ahí cerca, bonita, radiante,elegante, hermosa, fiel a su familia y a mí como esposo, tras 37 años de vida en común.

Pensé en mis días en el Ingenio San Antonio, cuando aprendía leer con D Anita, quien fue también la primera maestra de nuestra hija Mey Ling. En mis estudios de primaria en la hoy inexistente Escuela de Varones Br. Gilberto Ramírez (abuelo de mi amigo, el coronel Javier Pichardo Ramírez, quien se rebeló a la cúpula militar del ejército). Evoque mis estudios de secundaria, al inicio en el colegio San Luis Gonzaga, con el venerable Monseñor Víctor Manuel Soto Gutiérrez (tío abuelo del Dr. Orlando Núñez el asesor del presidente Ortega). Y mi arribo a la ciudad de León en 1971 para terminar mi secundaria en el Instituto Máximo Jerez, donde todos los profesores eran catedráticos universitarios, donde aprendería a jugar ajedrez y donde conocería al FSLN.

Y finalmente mis estudios de medicina en la UNAN León, la única escuela de este tipo en toda Nicaragua, donde logre matricularme y estudiar gracias a la Dra Ma Haydee Flores, y donde contra todo pronóstico logre clasificar, estudiar y graduarme como doctor en medicina y cirugía, bajo los rectores Dr. Carlos Tunnermann y Dr. Mariano Fiallos, una época de oro. Mi querido León, que cambiaría mi vida para siempre.

Al estar sentado ahí, pensé en mi padre, el Dr. Alfonso Pérez Andino. Mi madre Thelma Montiel García. Mi abuelita Chepita. Mi tia Chamana, mi hermana Sylvia, todos los que me ayudaron en mis estudios, me dieron la vida y el aliento para seguir día a día, todos estos años.

Pensé en mis maestros, desde D Anita, la de mis primeras letras, pasando por el prof. Jorge Padilla en secundaria; Catherine Cezanne, mi profesora de francés (nieta de Paul Cezanne); el Dr. Egdardo Buitrago, mi profesor de Historia de la Cultura; el Dr. Julio Cesar Terán, mi profesor de fisiología cardiovascular;el Dr. Oscar Fonseca, mi profesor de Cirugía. El gran Neil Andersson, profesor de Epidemiologia. Y los “professors” que encontré en el camino: Gerrit Heuzer, J Kleinpennning, Larss Ake, gente sencilla, accesible, cálida, de ellos aprendí que la sabiduría no estaba reñida con la modestia, y que no hacen falta mascaras ni apariencias, para trascender sin necesidad de dejar huellas en la arena de la vanidad, hipocresía o falsa exigencia.
Y sentado ahí, en ese histórico paraninfo le di infinitas gracias a Dios, por haberme dado una esposa como Armantina, hijos y nietas, que hoy llenan de paz y gozo mi vida terrenal. Sé que he cometido muchos errores e hice daño a muchas personas, solo le pido a Dios la oportunidad de resarcir todo lo que he robado en tiempo, cariño y devolver 2 veces lo negativo,expresado en conductas concretas de compromiso y amor a los demás, mis pacientes, mis estudiantes, y sobre todo a mi familia; mi prójimo mas cercano.

Rene
27 de junio del 2015

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