Treinta Relatos Breves: La Escuela

Relato No 2.
Muy cerca de mi casa natal en el Ingenio San Antonio, vivía Doña Anita, una maestra de escuelita privada, como se le conocía antes a la educación pre escolar. Mi mama tuvo el acierto y la inspiración de llevarme muy temprano donde la maestra Anita, y ahí, no sé conque métodos aprendí a leer y escribir muy temprano.
Fue el primer gran amor de mi vida: la escuela, los libros, la educación, el aprendizaje. El primer libro “serio” que leí, después de la cartilla del ABC fue “Las aventuras de Tom Sawyer” de Mark Twain, un regalo de mi hermanita Sylvia, celebrando mi ingreso al mundo del saber
Al emigrar a Chichigalpa mi madre me llevó a la Escuela Superior de Varones “Gilberto Ramírez” donde me aceptaron en infantil. Recuerdo mi primer asiento: una caja de jabón GL, pero me sentía muy feliz: estaba en la escuela y algún día podría ser alguien en la vida, estaba en la escuela a pesar de la pobreza material y las difíciles condiciones de vida de mi abuelita y mi madre, que para entonces cuidaba de 3 hijos, más adelante llegarían otros 3, sin una figura paterna que nos diera un poco de dinero y seguridad. La escuela fue mi refugio seguro como más adelante seria la presencia de Dios y la Iglesia.
Estaría en segundo o tercer grado cuando llegó una delegación del ministerio de educación de Managua que investigaba el conocimiento que los niños teníamos sobre Rubén Darío, llegaron al aula acompañados del director, el profesor Parring originario de la Costa Caribe, habían recorrido los grados superiores y ningún niño había respondido las 3 preguntas: ¿Cuál fue el primer libro de Rubén?, ¿Como se llamaban sus padres biológicos y adoptivos? ¿Y como se llamaba su padrino?, inmediatamente levanté la mano y respondí a sus preguntas: Azul, Félix García y Rosa Sarmiento, El Coronel Félix Ramírez y D Bernarda, Máximo Jerez. Ese día cambió mi vida. Empecé a ser reconocido como el “niño inteligente” de la escuela, empecé a declamar poesía en los actos del colegio y tuve una clara conciencia que había encontrado la manera de salir de la pobreza material: podría estudiar y algún día ser médico, como el padre ausente que había tenido, pero de quien nada recordaba.
Terminé la primaria. Ingresé al Instituto “San Luis Gonzaga”, un colegio privado de la familia del Presbítero Víctor Manuel Soto, quien me puso a la orden la pequeña biblioteca, y ahí pasaba mis tardes de recreo, leyendo y leyendo. Tuve brillantes maestros, siempre he recordado con muchísimo cariño a mi profesor de Algebra y Trigonometría: Jorge Antonio Padilla Somarriba, quien me dio el aliento y cariño que tanto necesitaba. El y el Padre Soto fueron con la profesora Anita, tres de las grandes figuras de mi vida escolar. Les estoy eternamente agradecido.
Estaba en segundo de secundaria cuando me informaron del Concurso Departamental de Oratoria en Chinandega, para estudiantes del I al V año. No sé cómo, me escogieron como representante del colegio y por algunas semanas, el abogado Octavio Barboza me preparó en su oficina, el tema fue el Tratado Cañas-Jerez. Y llego el gran día en el Teatro Nela de Chinandega, poco a poco fueron eliminando a los participantes de todos los colegios e institutos del departamento. Y quedamos dos finalistas, Vicente Baca Lagos del V año del colegio “san Luis Beltrán” y yo. Nos dieron un tema libre con 15 minutos de disertación y hable sobre Soberanía y Autodeterminación, a partir del tratado Bárcenas Meneses Esguerra. Esperamos el dictamen del jurado y cuando dijeron mi nombre, el teatro repleto de estudiantes se llenó de aplausos, que aún resuenan en mi corazón. Fui recibido como niño héroe en Chichigalpa, me esperaron desde la Shell de la entrada y me llevaron hasta el parque central. Aún conservo la medalla de “oro” que me entrego el alcalde municipal. Fue uno de los días más felices de toda mi vida. Y este fue mi primer gran amor: La Escuela.

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