CRÓNICA DE UNA PANDEMIA No 46

El tiempo de oración con mamá

La pandemia del SARS CoV2, ha contabilizado al 21.07.20 un total de 14.8 millones de casos, con más de 610,000 fallecidos, una cifra aterradora, y aún no se visualiza su finalización. Para algunas familias, ha significado una verdadera tragedia, al separar a sus miembros y prohibir los gestos cariñosos de abrazarnos y besarnos, una crueldad más del pequeño virus y sus secuaces.

Mi madre, como lo saben los lectores de “GRACIAS“ es una mujer de oración y a sus 86 años, sigue siendo un ejemplo para las cuatro generaciones que la preceden. Este cronista ha mantenido la sana costumbre de visitarla cada semana, ya que vive a dos horas en coche, y bajo ninguna circunstancia ha permitido, dejar la tranquilidad del pueblo blanco, por la ruidosa capital.

Pues bien, esta visita, de hace 20 o 30 años ha sido interrumpida por el famoso virus de la corona, y nos vimos privados de la intimidad y confianza, de compartir y “abrir el corazón“. Para subsanar esta brecha, recurrimos al teléfono, pero no ha sido igual, hasta que de repente nació la maravillosa idea de comunicarnos por video llamadas en WhatsApp.

Instalamos el servicio de Internet, y con la ayuda del nieto hijo, que la cuida, empezamos en el mes de mayo, el mes de la Virgen. Hay una función que permite integrar a varios miembros de la familia, precisamos una hora determinada, usualmente al final de la tarde, y empezamos.

La experiencia ha sido de lo más hermosa, en mayo, el mes de Maria. En junio, el mes del Sagrado Corazon de Jesus. En julio hemos implementado la Celebración de la Palabra y ya veremos como iremos configurando cada uno de los meses, hasta que pase el peligro.

Para los que no están familiarizados con estos temas, les contamos que la “Celebración de la Palabra“, consiste en meditar un texto bíblico y cada uno, hace una breve reflexión sobre “y a mí, que me dice esta palabra?" y al final, cada quien realiza una breve oración.

La experiencia ha sido hermosa, ya que tememos de escuchar y escucharnos, bajo la luz de la Palabra a niños de 6  y 10 años, hombres de 40, nosotros ya sobre los 60 y mamá con la sabiduría de sus 86 y pico de abriles.

Todos podemos vernos. Todos podemos oírnos. Y al final todos, siguiendo a San Agustín, que nos decía "el que canta, ora dos veces", nos ponemos a cantar, "lo que cada quién recuerda", alabanzas de alegría, adoración, o sencillamente villancicos o cánticos populares, que cada uno ha ido aprendiendo en el transcurso de la vida.

Terminamos con el saludo de la paz y nos damos la bendición. Debo decir, que para mí, es la hora más hermosa del día, exceptuando cuando asistimos a la misa dominical o del jueves, ya que nuestro buen párroco, a pesar de estar en sus 70, no ha cerrado las puertas del templo, como lo han hecho la casi mayoría, obedeciendo las consignas políticas de algunos jerarcas, que siguiendo las voces de su conciencia, han preferido cerrar por completo la casa de Dios.

Los más pequeños de la familia, oran por los chocoyitos, loritos y perritos. Los mayorcitos por sus padres y familiares. Los adultos por el fin de la pandemia. Y los veteranos, como este cronista, oramos por diferentes circunstancias que aún acongojan nuestros corazones. Mamá hace la reflexión final, instruyéndonos a la luz de la fe, que ha cultivado en cada momento de su vida.

La ciencia nos aconseja proteger el sistema inmunológico, pero lo que la ciencia omite o desconoce, es el poder de la oración. No se imaginan la paz y gozo, que queda en el alma al terminar la hora de oración familiar.

La pandemia sigue, los casos y muertes no se detienen, al igual que el universo, sigue en su movimiento eterno, hasta que Dios así lo decida, en su plan infinito de amor.






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