¿Querés invitarme a una taza de café'

El texto del móvil me sacó del ensimismamiento habitual: ¿Querés invitarme a una taza de café?. No lo pensé dos veces y le respondí: ¿Por supuesto, dónd
e?. Llegué, la esperé 7 minutos, se sentó, sonrió como niña traviesa y me dijo: "Pensé no ibas a venir". La quedé viendo a los ojos y los labios y pregunté: ¿Capuccino? y "un trozo de pastel de chocolate" respondió, y siguiendo el juego de la seducción, me dijo ampliando la sonrisa: "tu preferido, ¿no?.



"Vos sabés lo que me gusta", asentí. Nos acomodamos en los asientos. Hacia un poco de frío. Era el final del otoño, las hojas de los árboles tenían esa tonalidad gris marrón que me fascina, y creí escuchar la voz de Mercedes Sosa. "Te acordás" le dije. "Nuestra música de medianoche, cuando nos conocimos", asintió, sin dejar de sonreír.

"Sabés que siempre me ha gustado tu sonrisa", le dije, hundiéndome en sus grandes ojos negros. "¿Mi sonrisa o mis labios?" me dijo con una mirada coqueta y sensual. "Vos ya sabés" asentí, "pero no solo eso es lo que me gusta de vos, no he olvidado un solo detalle", le dije sin dejar de mirarla con el fuego de nuestros primeros encuentros.

Hablamos una hora más, de todo un poco, cosas triviales, detalles del ayer, hoy y mañana, las predicciones de los astrólogos, la fascinación de la luna, mi aversión por el sabor y olor del ajo y la cebolla crudas, la diferencia entre veganos y vegetarianos, la diversidad sexual, las redes sociales, los nuevos paradigmas sobre el amor y la vida, y de repente me dijo: ¿Y ahora que hacemos?

Era la pregunta esperada desde el mensaje de texto. Llamé a la mesera, pagué la cuenta y nos fuimos al lugar de siempre. Nos saboreamos mutuamente el sabor del chocolate y la cafeína, y empecé su ritual preferido, sin ningún cambio en el menú: los ojos cerrados, los labios abiertos, la respiración entrecortada, los suspiros, el contoneo del cuerpo, sus manos contra mi cabello, y mis manos hundidas por todas partes. El grito anunció el primer orgasmo y sin pensarlo salté sobre ella, la hice girar hasta quedar sobre mí, y le dije "ahora, los dos".

Un par de horas después salimos, la tarde comenzaba, el aire estaba un poco más frío, las hojas seguían cayendo. Un ligero temblor me estremeció, No hablamos mucho. La voz de Serrat nos acompañó unos minutos. La dejé a una cuadra de su casa-así me lo pidió- me sonrió y dijo: "Gracias, el café estuvo delicioso". "Y el chocolate también", asentí.






 

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