Pedacitos de la vida ( No 1): El amor hacia nuestros padres


Recientemente mi madre ha sufrido una severa crisis hipertensiva, y tras casi 86 años de vida, su cuerpo ha dado señales de agotamiento. Son casi tres años de discapacidad motora, y un relativo abandono de sus seres más queridos (con muy pocas excepciones), lo que ha hecho estallar órganos vitales. Ahora mismo, después de la crisis, ha habido cambios, y casi toda la familia se ha hecho presente. Y me pregunto: ¿Qué pasa en nosotros, los seres humanos?, ¿Porqué a la hora de la enfermedad grave y la inminencia de la muerte, aparecemos, pero en la vida cotidiana, después de haber trabajado “como mula” toda la vida, por sus hijos, se les abandona y se les deja “al garete”?

 

Mi madre fue madre adolescente, producto de muchas circunstancias sumamente difíciles y ¿cuál fue su actitud?: trabajar, lo hizo con su primera hija en el vientre, y no dejó de hacerlo hasta los 83 años. Fueron 60 años de trabajo. Se hizo cargo de siete hijos, nietos y biznietos. De hecho, mi sobrino ha sido criado por ella, desde su nacimiento hasta hoy. Más de 42 años. Y todos somos cristianos católicos, todos. ¿Qué nos pasa?

 

Todos sabemos del cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”. Y el catecismo de la iglesia amplia este mandamiento y esta promesa: “El cuarto mandamiento indica el orden de la caridad. Dios quiso que, después de Él, honrásemos a nuestros padres, a los que debemos la vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios. Estamos obligados a honrar y respetar a todos los que Dios, para nuestro bien, ha investido de su autoridad”.

El cumplimiento del cuarto mandamiento lleva consigo su recompensa: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20, 12; Dt 5, 16). La observancia de este mandamiento procura, con los frutos espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad. Y al contrario, la no observancia de este mandamiento entraña grandes daños para las comunidades y las personas humanas”.

¿Qué nos pasa?; yo, entiendo las heridas causadas, a veces y sin conciencia de ello, por nuestros padres. Y son muy pocos los padres, que cumplimos con las expectativas de brindar amor, seguridad, protección y preparar a sus hijos para la vida. Pero, esto no justifica, que una vez como adultos, no asumamos nuestras responsabilidades sobre todo con la persona más significativa: nuestra madre. Y en este caso, una mujer que hizo de padre y madre.

Entiendo que cada cual, al crecer, tenemos nuestros propios “rollos”, pero también entiendo que no podemos evadir nuestras responsabilidades, sobre todo si nos auto llamamos “cristianos”, sobre todo con los mayores, madres ancianas, inutilizadas físicamente, porque ya dieron todo por sus hijos. Todo. Se quedaron sin fuerzas. Solo queda su espíritu, y desde ahí salen las oraciones, bendiciones, misericordia, amor, desde la cual justifican y perdonan esta profunda ingratitud humana.

Dicen que sembramos lo que cosechamos, y que con la vara con que mides, seremos medidos. El catecismo no deja ninguna duda al respecto:

“El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7, 10-12).

«El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre» (Si 3, 2-6).

«Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor [...] Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre» (Si 3, 12-13.16)”

Ojalá y esta reflexión, nos ayude a todos. Muchas veces por olvidar estos preceptos, más allá de la fe de cada cual, hay un deber moral. Y quizás de aquí, se deriva toda la violencia acumulada, que observamos en la vida de muchos adultos: personas infelices, adictos, neuróticos, disfuncionales, capaces de todo. Una persona alejada de Dios, es capaz de todo. 

 

 

 

 

 

 

 

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