PEQUEÑAS HISTORIAS DE AMOR Y GUERRA


Las bombas caían en las principales ciudades, los disparos y ráfagas de ametralladores silenciaban los días y despertaban por las noches. La comida era escasa, pero el miedo se apoderaba de todos. Se escuchaban noticias confusas. Casi todos se refugiaban en las casas. En la calle, de repente se veía a los combatientes, agazapados de las balas enemigas y los francotiradores.

Era el mes de Junio, pero nadie sentía calor. El clima y el tiempo parecía detenerse. La incertidumbre caminaba a la par de la salida del sol. Y poco a poco los disparos fueron cambiando por gritos de júbilo: el tirano huía, la gente salía a a las calles, una nueva vida iniciaba para todos. El pequeño pueblo había sido "liberado" y los abrazos se confundían con el dolor por los muertos, en su mayoría adolescentes.

Ella apareció una mañana tocando con su guitarra música de Daniel Viglietti: 

"Escucha, yo vengo a cantar
        Por aquellos que cayeron.
    No digo nombre ni seña,
    Sólo digo compañeros.

    Y canto a los otros,
    A los que están vivos
    Y ponen la mira
    Sobre el enemigo"


Y con ella, una mirada cómplice, una sonrisa, un oasis en medio de días interminables de una guerra inimaginable, el nacimiento de la Revolución Sandinista.

Era una más de cientos de mujeres, dignas y valientes, que decidieron empuñar las armas y defender la Patria Nueva para hijos y. nietos, desprendidos de sí mismos. Sus rostros lo decían todo: cansados, la ropa sucia, sin una gota de maquillaje, rostros sin tiempo, capaces de dormir de pie, y comer lo que hubiera.

No logré conocerla bien, llegó, permaneció y una mañana desapareció. Dejó una huella que tardó muchos años en desintegrarse en la memoria. Sus canciones y su voz en los casettes de la época, permanecieron muchos años en las neuronas.

Una mañana supe de su muerte. Seguramente iba cantando, sonriéndole a la vida,  eran los primeros meses de la joven Revolución. Fui a su sepelio y no pude caminar ni una cuadra, el dolor me desgarraba el alma, no quería ver las paladas de tierra cayendo sobre el ataúd, no aceptaba su muerte. No era justo.

"Ya no hay más secreto,

Mi canto es del viento,

Yo elijo que sea

Todo movimiento"


Se fue con su guitarra y su fusil, sonriendo y cantando. Solo quedó su recuerdo de mujer valiente y erguida, como las espigas de la flor de la caña de mi infancia. Si existe el infinito, allá estará, quizás algún día nos re encontremos y me siente sobre la grama del universo a oírla cantar:


No digo nombre ni seña,

Sólo digo compañeros.

Nada nos queda y hay sólo

Una cosa que perder.


Perder la paciencia

Y sólo encontrarla

En la puntería,

Camarada.


Papel contra balas

No puede servir,

Canción desarmada

No enfrenta a un fusil.


Mira la patria que nace

Entre todos repartida,

La sangre libre se acerca,

Ya nos trae la nueva vida.


La sangre de túpac,

La sangre de amaru,

La sangre que grita

Libérate, hermano.



 


 




 

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