Hay un tiempo para todo bajo el sol

Relato # 16=


De niño no tuve tiempo de pensar en el destino, o sobre si las cosas ya están escritas o no. Mi buen amigo el padre Jose Luis afirma que lo construimos día a día, con nuestras decisiones y elecciones, en la hermosa libertad de los hijos de Dios, y que todo lo que nos ocurre tiene un propósito, no siempre claro en nuestra conciencia.
A veces pienso, como escribe Calderón, que toda mi vida ha sido como un sueño, del cual despertaré en cualquier momento, pero no, todo lo vivido ha ocurrido intensamente, sigue y seguirá ocurriendo:
Recuerdo muy claramente la plaza repleta de gente en los días interminables de junio de 1979, la Junta de Gobierno en pleno en el pueblo, discursos, uniformes, multitud, consignas, y de repente, mi mano levantada y “proclamado” miembro de la Junta de Reconstrucción Municipal por el MPU, junto con Otto Martinez y Orlando Gómez, dos hombres un poco mayores que yo: un joven de 22 años, con vocación de medico, casado, con una hija recién nacida, fundador del Ministerio de Salud, llamado por la naciente Revolución a contribuir por unos meses, en la organización de la nueva Nicaragua, un llamado que jamas pensé, duraría mas de una década.

Hay un cuento llamado “La Hojarasca”, así fue mi vida esos años, como un polvazal en medio del “pueblo blanco”, que me llevó de un lado hacia otro, de Chichigalpa, al Ingenio san Antonio, El Viejo, León, La Paz Centro, Nagarote y de nuevo León, nacieron todos mis hijos, el país vivió la guerra, el boqueo, días de 24 horas, noches de 24 horas, no necesitaba dormir, las horas eran pequeñas para tanto quehacer. Mis sueños de estudiar Medicina Interna fueron quedando en el olvido, mi libro de Harrison en Ingles aún lo guardo en mi pequeño museo, como las sesiones con mi amigo el doctor Dennis Saavedra y el doctor Mastrapa, un internista cubano, libros y personajes, testigos de planes juveniles inconclusos.
Mis prioridades cambiaron radicalmente, murió mi abuelita, nos mudábamos una y otra vez, mi esposa y mis pequeñas hijas vivieron las terribles consecuencias del bloqueo, la escasez, el peligro, caminando de un lado a a otro, peleando con decenas de personas para conseguir un lugar en el bus para viajar a Managua o alguna otra parte. Armantina trabajaba en el Hospital del Ingenio, luego en el de Leon, en un tiempo en el de policía en Managua, cuidaba de 3 niñitas, fue la heroína de un tiempo vertiginoso, luminoso y cruel. De todo lo vivido, lo único que me he arrepentido, fue el abandono a mi familia. Dios me ha perdonado, yo aún no me perdono totalmente.

Tuve la oportunidad de disentir con Sergio Ramirez y Daniel Ortega, rechacé la “autoridad moral” de personas como Omar Cabezas, expuse abiertamente mis ideas en Asambleas Regionales y la Asamblea Sandinista, sobre todo en cuanto el trato “privilegiado” a los “técnicos” de las empresas del estado, en detrimento de otros sectores de la sociedad; fui uno de los pocos escépticos sobre la victoria del frente en las elecciones de 1990, e hice lo posible por servir con honestidad y trabajo arduo a quienes necesitaron de mi contribución en esos años increíbles.
Una mañana de 1990 me llamaron a una reunión extraña y me ofrecieron una finca y un bus de la ruta Leon-Managua, los vi con extrañeza y asombro, rechacé ambos ofrecimientos, les dije lo que mis amigos y familia saben, que jamas hice algo esperando una recompensa o un pago determinado, lo sabe Dios y lo sabe Mauricio, que les agradecía su ofrecimiento, no sabia nada ni de fincas ni de autobuses, yo sabia de Medicina, y tan solo quería regresar a mi vida como tal. Escribí una carta a Luis Carrion, encargado de estos asuntos, y semanas después me llegó la respuesta, que infelizmente quedó extraviada, donde me “autorizaba” regresar a mi vocación de medico. Mi viejo amigo el doctor Rigoberto Sampson, me dio la oportunidad de reincorporarme a la Facultad de Medicina en Leon, y ahí comenzó una nueva etapa en mi vida.
Hoy y siempre, he sentido un profundo respeto por todos los caídos, evoco una y otra vez a Mauricio Abdalah, y estoy seguro de la honestidad, valor y amor, de miles de hombres y mujeres, adolescentes y jóvenes, que dieron lo mejor de si: sus propias vidas, por una Nicaragua mejor. Aún luchamos por ello. Mis hijos y nietos no tienen ningún motivo para avergonzarse de su padre y abuelo. Lo que aprendi sobre trabajo honrado, dignidad y decoro, con mi madre y abuelita, aun lo guardo con mucho orgullo.

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