León : Ciudad Universitaria y Magnifica

Relato No 4:
Al terminar mis estudios de tercer año mi madre me llevó a un taller para aprender un oficio. Lo hice, le agradecí y le expresé mi sueño por ser médico, un sueño imposible, ¿con que dinero podría costear estudios?, hospedaje, libros, clasificar en quizás la carrera mas demandada en Nicaragua por esa época. El primer paso era bachillerarme y en la Chichigalpa de entonces el colegio llegaba hasta el 3o año.
Mi mejor amigo, Mauricio Abdalah, me convenció de ir con el a Leon, al Instituto Nacional de Occidente “Maximo Jerez” (INO), un centro de estudios legendario. Una especie de preparatoria universitaria, todos sus profesores eran eminencias, doctos, sabios y en su mayoría catedráticos. Ahí llegue en 1970 a mis 13 años, y desde que vi la ciudad se me quedó en el corazón para siempre, recorrí sus largas calles, vi sus hermosos edificios coloniales, conocí poco a poco su historia, fui a la hoy casa museo Ruben Dario, entré a rezar a la Basílica Catedral, le di gracia a la Virgen de La Merced, vi a cientos de estudiantes por las calles, escuche a hombres humildes discutir de filosofía, política y religión, me di cuenta que el mundo no se reducía al Ingenio San Antonio y la licorera, me di cuenta que había un hermoso planeta que apenas estaba descubriendo, y me dejé llevar por la fascinación de la intelectualidad y la cultura impregnada en la ciudad universitaria.

El INO estaba ubicado contiguo al Convento e iglesia de San Francisco, un enorme edificio con paredes de adobe donde habían estudiando hombres y mujeres ilustres de Leon. Las aulas largas albergaban a decenas de estudiantes, y ahí me senté en un pupitre al fondo del salón, temeroso y confiado, a descubrir el mundo de la química y la física, la economía y la filosofía, a recibir clases de francés, aprendi a jugar el ajedrez en la magia creada por Bobby Fischer. Conocí a Catherine Cezanne, nieta del impresionista Paul Cezanne, conocí al doctor Raul Bermudez, el Gato Viudo que se sabia de memoria el libro de geografía, conocí a mi mentor el doctor Wiron Valladares, al quien no le entendía una palabra al dibujar las ecuaciones de física en el pizarrón, el profesor de química escribir complejas formulas sin ayuda de libros, era un mundo nuevo para mi, y poco a poco, fui aprendiendo y adaptándome, y sin darme cuenta, un buen día terminé mi bachillerato.

Wiron Valladares (qepd), graduado de honor en La Sorbona de Paris me trató como su hermano menor o su hijo, en su casa encontré un plato de comida y muchos libros. Mauricio Abdalah, el hombre mas generoso que he conocido, con quien había estudiado primaria y secundaria, me invitaba siempre a lo que fuese, con ellos y muchos amigos y brillantes profesores pude transitar dos años de estudios, formación, aprendizaje y actitud. Ahora si podría ver mas claro la puerta de entrada a la Facultad de Medicina, la única en Nicaragua en esa época.
No asistí a mi promoción de bachillerato en protesta hacia el director, el famoso Emilio Vargas y su red de inspectores, la mayoría informantes de la Guardia Nacional. Vi por primera vez una toma de iglesia, asistí a un mitin y escuché la brillante oratoria de Virgilio Godoy (qepd), y fui tomando conciencia de la Nicaragua empobrecida en la que había vivido 15 años. Supe que no era casualidad la mortalidad infantil y la enfermedad, la pobreza y el analfabetismo, que había una realidad histórica que había estudiando antes, cuando diserté sobre Patria, Soberanía y Autodeterminación. Estaba naciendo un nuevo René, un adolescente que no quería ser espectador, sino protagonista  de un país, mi país: Nicaragua.

De alguna manera supe de la existencia de la doctora Maria Haydée Flores, directora de Bienestar Estudiantil en la UNAN Leon, y sin ningún tipo de protocolo toqué su puerta, sin levantarse de su enorme escritorio y con decenas de libros en las paredes, me escuchó atentamente: “doctora, me acabo de bachillerar, quiero estudiar Medicina y no tengo dinero, mi madre es muy pobre, muchos amigos me han dado de comer y dormir, no soy inteligente, pero si muy esforzado, deme una oportunidad, y le jure que no la defraudaré. Por favor”. Me escuchó, pidió a doña Rosita, su asistente tomar mis datos, supe que llegaron a Chichigalpa, que hablaron con vecinos y ex profesores, verificaron mi historia y un mes antes del inicio de clases en la UNAN Leon recibí el telegrama mas importante de mis primeros quince años de vida: me citaban a una reunión en la oficina de Bienestar Estudiantil, y la doctora Flores en persona me recibió y me notificó que había recibido un beca completa de la UNAN Leon para estudiar Medicina, siempre y cuando clasificara, que me habían nombrado inspector de la Casa del Estudiante, una residencia universitaria donde podría dormir toda mi carrera, y que había sido contratado como empleado de Bienestar Estudiantil con un salario de 200 córdobas mensuales, siempre y cuando no reprobara ninguna clase y cumpliera al cien por cien los reglamentos de la universidad.
Mi corazón no me alcanzaba en el pecho, había logrado el objetivo de mi vida: ingresar a la universidad, todo lo vivido había valido la pena, TODO, y ahora dependía de mi: estudiar, estudiar y estudiar, la pasión de mi vida. No imaginé todo lo que iba a vivir: el amor, la tortura, la pasión por la medicina, muchas cosas estaban por comenzar. Pero ahora era el tiempo de cosechar, la universidad esperaba por mi.

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