Medicina, la vocación de mi vida

  • Relato # 7:

    Todos los días a las 6.50 am ya estaba sentado en el “gallinero” esperando el comienzo de clases. Me parecía increíble como el doctor Julio Cesar Terán González explicaba la fisiopatología cardiovascular. Era como traducir el libro de Guyton de una manera comprensible a mis neuronas. Gozaba de las ocurrencias y diapositivas femeninas del maestro Uriel Guevara, explicando Patología. Sufría en los laboratorios de anatomía y fisiología. No entendía una sola palabra del ciclo de Krebs en Bioquímica. Me fascinaba ir a la sala para aprender a auscultar el corazón o escuchar los ruidos pulmonares. Me moría de la risa al ver entrar al profesor Salvador Salinas Esquivel con su pelvis y el muñeco, a explicar el proceso del parto. Envidiaba al “matacho”, un colombiano, profesor de neuroanatomía por sus conocimientos y haber conquistado a la chica Medicina.

    Mis hermanos de estudio eran Arturo Gomez Castillo, un brillante cirujano plástico, Valerio Guevara, un eminente cirujano, Jorge Cuadra formador de anestesiólogos, a veces se sumaba Arsenio Aguilar, pediatra esteliano, y nos fascinaba estudiar con libros, los apuntes ilegibles eran algo complementario. El término “socones” era para gente como nosotros, estudiantes de tiempo completo, en la famosa residencia universitaria “La Casa del Estudiante”.
    El ritual iniciaba a las 5 am, esperando turno para bañarnos (los estudiantes de la Costa no se bañaban tan a menudo, ahí conocí a Lumberto Campbell, Enrique Rojas Smith. Y otros famosos como Ofilio Picón, Denis y Ramon Moncada Colindres , Roberto Boza, el poeta Enrique Zavala, una generación extraordinaria, solidaria, fraterna, humana y comprometida).

    A las 6 am salíamos a desayunar donde D Anita, frente a los cines (media cuadra al norte del básico), y a las 6,30 a esperar el bus en el parque san Juan que nos llevaría al Hospital San Vicente. A las 10 había un receso para comprar algo para comer y beber, que casi nunca usé, porque mis finanzas eran limitadas. Y a las 12 salíamos a esperar el bus para ir a almorzar. Algunos de mis colegas, “los ricos”, llegaban en sus autos, era celebre el Toyota Celica de Eduardo Frizell, un chinandegano que trabaja en NY. Almorzábamos, íbamos al baño, un medio “pelón” y a la 1.30 pm esperar el bus. 
    Las clases de la tarde eran super pesadas, por el calor y la monotonía de algunos profesores, era celebre un fisiólogo Danilo Lanzas que dormía a medio mundo o el psiquiatra Danilo Pozo, pero la mayoría eran un derroche de sabiduría, elocuencia o sentido del humor, recuerdo al maestro Dennis Saavedra, a Wiron Valladares (qepd), Rigoberto Sampson (qepd), Jaime Granera, Uriel Vallecillo, Humberto Lopez, Ernesto Fonseca Pasos, Ofelia Rojas, Gustavo Sequeira Madriz (qepd), Rene Melendez, tantos y tantos grandes maestros de la medicina.

    A las 5,30 pm salimos como locos al bus, cenábamos a las 6 en punto, y antes de ir a estudiar, y sobre todo en época post examen, las maravillosas tertulias y “juegos”. Nos reuníamos a cantar música de Joan Manuel Serrat, con las guitarras de Arturo y arturito, Roberto, y Picón. Poníamos serenatas, hacíamos bromas terribles, como esconder las muletas al poeta Zavala o echar agua helada a cualquiera en horas de la madrugada, jugábamos a a la guerra con las chinelas de hule, reíamos a carcajadas, por un semestre fume marihuana con música de Santana y Ambrosia. Ibamos al cine a disfrutar de las chicas de Lando Buzzanca, a veces a comer carne asada a la estación, recibimos al “genio”, un tipo que sabia de todo y respondía a cualquier pregunta y lo mejor, era ir a Poneloya, a disfrutar de la luna, las guitarras, un par de tragos de ron, un toque de cannabis y bañarnos desnudos en la playa. Un tiempo maravilloso.

    Teníamos dos equipos de softball, uno de ellos era el de Los Trabucos, todos tenían un apodo, a mi me decían “Chichi”, por ser de Chichigalpa. 

    Estudie con una generación entrañable, conocí a Jorge Arostegui, hermano del alma, Martha Medina mejor estudiante de Nicaragua en primaria, secundaria y universidad; a Lorgia Larios, Aurora Velazquez, Ligia Espinoza, Eduardo Quant Palaviccini, Gerardo Sanchez, Freddy Cardenas, Carlitos Cruz, Ligia Altamirano, Maritza Cuan, Julio Silva, patologo en Canadá, Otto Aldana brillante neonatologo en Chicago, Luis Favilli quien me regalo el libro Karonte Luna, sobre mi padre Alfonso Perez Andino, Enrique Vega, Juan Carlos Leyton, Haroldo Aguirre, Luis Tercero, Anahel Mairena, Dagoberto Cisneros, Nelson Moncada, Edilberto Lacayo, Aurora Velazquez, Paulino Medina, Bismarck Pérez, Bayardo Linarte, David Garcia, Nestor Castro, Salvador Gutiérrez Quant
    y tantos doctores y doctoras, hombres y mujeres, capaces, comprometidos, una generación de oro de la Medicina en Nicaragua.
    Nos correspondería ejercer en medio de la guerra, fuimos al internado en 1978 e iniciamos el servicio social en 1979. Seriamos directores de hospitales de campaña, médicos de la guerra, y muy temprano también, padres de familia, especialistas y sub especialistas. No estoy seguro del dato, pero creo que de todos los médicos de los frentes de guerra de esta generación fui el ultimo en especializarme, pero todo, todo valió la pena. Y entre las tumbas de los médicos asesinados o muertos de forma prematura, logré llegar a la edad del retiro, la madurez, con un poco de locura y un poco de sabiduría.

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