La experiencia de la carcel, la tortura y el dolor.

Relato # 6: 


Era un poco mas de las 5 de la tarde, estaba sentado en una de las viejas sillas en la salita de la casa de mi madre en Chichigalpa, cuando el jeep de la Guardia Nacional frenó bruscamente frente a la calle. Dos guardias con sus rifles garand se bajaron y uno de ellos me preguntó ¿Quien es René Pérez?, le contesté “Yo soy”. 
Me tomaron de los brazos con violencia (a pesar que no puse resistencia alguna), me tiraron al piso del jeep y uno de ello me puso el pie de la bota en el cuello y me dijo: “Ya vas a saber lo que es rico hijo de puta”.
Estaba iniciando una de las historias mas dolorosas en la vida de mi madre y uno de los episodios mas dramáticos en mis primeros 19 años. Todo lo que pasó después fue como un vértigo surrealista, lo mejor de todo es que muchos años después aun estoy con vida.

Me llevaron al comando de la GN, frente al parque central de Chichigalpa, hoy ya no existe y en su lugar está la llamada Cancha Múltiple. Me llevaron a una celda alta y oscura, con piso de tierra, a unos 4 metros de altura se veía una ventanita con barrotes, y me empujaron contra el piso. Recuerdo que andaba un jeans viejito y una camiseta nueva color morado claro que me había regalado mi hermanita Sylvia. No tuve tiempo de pensar mucho, a los pocos minutos me sacaron de la celda, me ataron las manos a la espalda con un mecate de Nylon y me tiraron al piso nuevamente, al parecer la bota en el cuello era una señal de importancia para ellos, y me llevaron al comando departamental en Chinandega al mando de un general que Somoza había enviado especialmente para atender los asuntos de la seguridad del estado. El jefe de la GN en Chinandega era el famoso Oscar “el perro” Gomez.

La celda en Chinandega era pequeña, solo para mi, oscura y fría, con un hueco en el piso y sin un sitio para acostarse, recuerdo el olor a humedad y una especie de escalofríos en el aire, sabia que estaba en el umbral de la muerte. Todos mis pensamientos estaban con mi Madre.
Ella apenas supo de mi captura corrió al comando donde le dijeron que yo no había sido detenido y que regresara a su casa. Oficialmente estaba desaparecido. Ella busco a una señora de apellido Sacasa, representante de los Somoza en Chichigalpa, ella hizo alguna llamada, pero mi suerte ya estaba echada. Había sido entregado a la Oficina de Seguridad (OSN).

El primer día en Chinandega, me tiraron al piso de la celda una bolsa de plástico con frijoles podridos, que no probé, no tenia hambre, solo pensaba en mi madre, y la verdad, a mi no me daba miedo la muerte, y tenia alguna idea de la tortura, evoqué mi lectura de “El Tábano”, un libro sobre el valor y el estoicismo y me dije: sabré resistir. No tenia ni idea de todo lo que iba a pasar.

Mi “militancia en el FSLN” había comenzado dos años atrás, al inicio consistió en prepararme ideológicamente, muchas lecturas, que yo creía no necesitaba, sabia lo que estaba pasando en Nicaragua, tenia algún grado de conciencia del país en el que vivía, sabia de la explotación brutal de los obreros en el Ingenio San Antonio, conocía la pobreza y la injusticia, había conocido al Dios de los pobres y sabia que todo en la vida tiene un precio, incluyendo la vida.

Al 2o día recibí una deliciosa comida con el sabor inconfundible de mi casa, ingenuamente la comí con hambre y esperanza, 15 minutos después abrieron la puerta de la celda, un guardia me dijo que mi mama quería verme, le creí, y al doblar un pasadizo, un tipo con ropa civil, de baja estatura pero regordete, con una guayabera blanca, me agarró del brazo y me repitió la sentencia, “ahora vas a saber lo que es rico, hijo de puta”.
Me llevó a un cuarto súper frío con aire acondicionado, me vendaron con mi camiseta y me ataron las manos a la espalda. 
No quiero precisar el tipo de torturas, no se trata de dar detalles, ni alimentar pensamientos tristes y dolorosos, todo ya ha pasado y en su momento, cuando supe quienes habían sido mis torturadores e interrogadores, los perdoné a todos.

De los golpes no pude comer en semanas, nunca he sentido tanto dolor en mi vida, los morados y moretones los tenia por todo el cuerpo, no podía ni dormir del dolor, me dolía orinar, me dolía horriblemente respirar. Mi madre aun conserva mis notas, escritas en trocitos de periódico, que de una u otra manera se pueden enviar desde la cárcel. “mi querida y adorada mamá, cuanto siento lo que está pasando por mi culpa, no sufra ni llore mucho si algo me ocurre, todo esto terminará algún día, hay Un Dios que nos ama, y algún día habrá justicia, paz y libertad para todos. Hay mucha gente valiente y digna luchando por una patria libre y hermosa, cuide de mis hermanos y de mi abuelita. Su hijo que la ama. René”.

Una tarde todo terminó, dejaron de sacarme a medianoche a ponerme un fusil en la cabeza y apretar el gatillo, dejaron de llevarme a escuchar los gritos de los torturados, dejaron de llevarme a ver los chavalos muertos, masacrados y tirados en el patio del comando, dejaron de golpearme. Por meses tuve dolor en el pecho. El Dr Fabio Salamanca me tuvo en tratamiento hasta recuperarme. Mi mente se encargó de borrar todos los detalles, de los que ahora solo comparto algunos. Mi corazón perdonó a toda esa gente, uno de ellos aun vive en EEUU.
Agradezco en el alma las lagrimas y oraciones de mi madre, de rodillas ante Cristo por varios días, a toda mi familia, al rector Mariano Fiallos, a las amistades de mi madre, y por supuesto a Dios. El me rescató a través de otras personas. Me rescataría muchas veces mas. El tenía para mi otros planes. Salí con el mismo jeans, mi camiseta olorosa a sudor, sangre y dolor, mire al cielo en el atardecer de Chinandega y respiré muy hondo, y le dije en voz baja: !Gracias Señor!

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