Mis primeros viajes

Relato # 14: 


El primer viaje que recuerdo fue a “PasoCaballos” un balneario popular de Occidente, al que íbamos en bus con mi abuelita, mamá y hermanos. Llevábamos una panita de aluminio con arroz, biftec de cerdo, maduro frito y tortillas, que se multiplicaban, porque alcanzaba para todos. Aun sigo amando el mar, sus olas y brisa, el contacto de la arena húmeda con mis pies, la puesta de sol, porque renace en mi el niño interior que disfrutaba de esos viajes, como si fuese el mejor “resort” del mundo.

Ya siendo médico, me avisaron que iría a Cuba, a conocer el desarrollo del sector azucarero, y me llené de terror porque he sido un “vomitón”, casi siempre echaba a perder las excursiones escolares, porque el olor a gasolina y el movimiento del bus, me provocaban unos vómitos horribles, y luego quedaba desfallecido y fatal. Pero ni modo, llegó el gran día, y ahí estaba en el aeropuerto, contemplando el avión de Cubana, me tomé una pastilla para los vómitos y me encomendé a Dios. Fui recibido con una hermosa sonrisa de la guapísima aeromoza cubana, que con su acento cantarino me dio la bienvenida y me regaló un caramelito, que me supo a gloria. Ya en las nubes, me llevó un mini bocadillo y una cerveza “Hatuey”, amarga y no tan fría, pero no pasó mas nada, aterrizamos y logré pasar la primera gran prueba, viajar sobre las nubes sin vomitar ni fastidiar a nadie. No se me pasó por la cabeza que seria el primero de muchísimos viajes, donde pasaría vergüenzas, incomodidades y problemas de todo tipo, nada es fácil en la vida, ni siquiera tomar un avión y disfrutar de un viaje a tierras desconocidas.

Recuerdo mi primer viaje a Suecia, contemplé con la “boca abierta” el enorme avión de cientos de pasajeros, en la ventana del aeropuerto de Houston, con 12 hileras de asientos, donde gracias a Dios me tocó viajar en el centro donde solo íbamos dos personas, el doctor Rodolfo Peña quien se dedicó a dormir como angelito, y yo, a explorar el 747, caminé de un lado a otro, vi el cielo oscurecido de la noche que parecía no moverse, mientras volábamos a 800 kilómetros por hora, visité varias veces el bar (era el tiempo de las bebidas ilimitadas), vi dos películas, y al segundo o tercer trago de “Chivas” en las rocas me dormí como bebé, hasta que una rubia me dijo “good morning” y me dio una toallita perfumada, caliente y humedecida, que rápidamente entendí era para mi rostro. 10 u 11 horas maravillosas para un joven sin recursos para costear un viaje, pero sorprendido por la gratitud de Dios día tras día.

Bajé directo al baño y al terminar busqué la palanquita para descargar el “toilette”, pero nada, me agaché, vi arriba, a los lados, y nada. No quería dejar el baño sucio, que vergüenza, que dirían de “el nica”, y a los 5 o 10 minutos me di por vencido, y salí, y !que sorpresa!, al alejarme del baño se descargó por si solo. Ese día de 1995 descubrí los “sensores” que hoy abundan en todo el mundo. Me esperaban muchas otras sorpresas.

En Schipol vi a hombres besándonse en el aeropuerto; en India a miles de personas viviendo como mansos animalitos a la orilla del río sagrado, el Ganges; en Amsterdam contemple el espectáculo de Rosse Buurt, donde las trabajadoras sexuales se exhiben en vitrinas; viajé en un Ilushin de la II guerra mundial sobre las montañas de Paquistán; vi el imponente monte Everest y la columna de picos nevados elevarse muy por encima de las nubes; observé fascinado los milenarios edificios universitario de Oxford; vi caer los copos de nieve en el inicio del invierno; observé como niñito la vieja Torre Eiffel y el fastuoso museo de El Louvre; estuve con miles de personas en la Plaza Mayor de Madrid y en la calles de La Habana, celebrando el 31 de diciembre; me tomé una cerveza en la calzada de Acapulco, en las aguas verdeazules y tibias de Varadero; un largo y maravillaso sueño, que nunca había pasado por mi memoria.
Entendí claramente que no se puede entender el mundo sin salir de tu pedazo de tierra, abrí mis ojos a la cultura y a la historia. En Nicaragua nunca vi a niños comiendo con los cerdos, como en “Las Animas” en la región rural de Guerrero. Y aquí termino este relato. Aún quedan mucho por contar y mucho que agradecer a la vida y al Padre Celestial.

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