PEQUEÑOS GRANDES MOMENTOS

Si por alguna razón el SARS-CoV-2 me agregara a su lista de fallecidos, se me ha ocurrido hacer un listado de los pequeños grandes momentos de mi sexagenaria vida. No son muchos, pero con una pizca de vanidad, tiendo a darle un mayor sentido a hechos, que para otros podrían ser normales, rutinarios, corrientes. He aquí el detalle, antes que el Alzheimer u otro percance, termine con este conjunto de piel y huesos.

1. Nacer y sobrevivir
No dudo que haber nacido el 19.12.195, fue el primer gran momento de mi existencia. Diosito me regaló un donante de esperma (mi padre) y una madre que cuidó de mí hasta los 13 años (mientras viví a su lado), y hasta hoy me cuida mediante sus oraciones. Al parecer no había mucha seguridad en mi sobrevivencia, ya una hermanita había fallecido antes que yo, pero a pesar de mi desnutrición materno-fetal y las enfermedades "propias de la infancia", logré pasar la etapa neonatal, caminar y vivir.

2. Aprender a leer y escribir. 
Mi madre tuvo el acierto de llevarme donde la maestra Anita Arguello, una vecina, que se dedicaba a cuidar niños pequeños y enseñarle las primeras letras. Al parecer mi cerebro no resultó tan dañado como mi anatomía, y logré relativamente rápido, aprender a leer y escribir. Un hecho trascendental para un niño de mi generación, y en el contexto de pobreza material de mi madre y abuelita. Aún hoy, a mis 63 años disfruto de leer y escribir.

3. Ingresar a la Escuela. 
Muy temprano fui llevado a la escuela superior de varones "Gilberto Ramírez". Y por esas cosas de la vida, lograron darse cuenta, que era un niño necesitado de aprender. La escuela era mi refugio y primer gran amor. No fui un niño inteligente, pero si, muy esforzado. Y ese esfuerzo, de leer y estudiar, todos los días, valió la pena. Aún recuerdo todas las satisfacciones que obtuve por mi trabajo escolar. El amor por los estudios, fue lo que me salvó de morir como un obrero más del Ingenio San Antonio.

4. Aprender a declamar poemas
Mi admiración y estudio de la poesía de Rubén Darío, Gustavo Adolfo Becquer y posiblemente otro poeta, me abrió las puertas a otro mundo: recitar poesía. Poco a poco me fui convirtiendo en el declamador de la escuela. Lo hice en los actos escolares, veladas, actos municipales, e incluso de forma privada, a las personas notables del pueblo. Con ello, perdí un poco la timidez y pude gritar a todo pulmón: "Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo", y muchos otros más.

5. Ser matriculado en el colegio de secundaria.
No sé como hizo mi madre, para ingresarme en el colegio "San Luis Gonzaga". Ahí estuve tres años, a viento y mareo. A veces me sacaban de clase por el retraso en el pago de la colegiatura, pero nada me detendría. Mi pasión por los estudios atrajo la atención de mis profesores y logré terminar el ciclo básico con honores. Por muchos años conservé los libros de Algebra y Trigonometría, regalo de mi profesor de matemáticas.

6. Ganar el concurso de oratoria departamental
Fue en el segundo año de secundaria, y no sé como, fui electo para representar al colegio en el concurso departamental de oratoria de chinandega. Asistirían estudiantes del 1º al 5º año de secundaria de todos los institutos o colegios del departamento. Hubo tres rondas. La primera cada participante, disertaba durante 15 minutos, con el tema previamente preparado, clasificarían a la segunda ronda 3 estudiantes, no recuerdo bien. Ya tenía un tema semi preparado, y el jurado junto con los aplausos de los estudiantes que abarrotaban el teatro "Nela" de Chinandega, nos clasificó a dos estudiante: a Vicente Baca Lagos del 5º años y yo, estudiante de 2º. Nos pidieron desarrollar un tema "libre". Yo me había preparado para hablar sobre la soberanía y autodeterminación. Nos dieron 5 minutos de concentración y salimos al escenario. Terminé y esperamos el resultado del jurado. El teatro entero en un silencio estremecedor. Y de repente, mi nombre. Aún recuerdo los aplausos, la medalla, la salida del teatro en caravana hacia el pueblo, el recibimiento en el empalme y el acto en el parque central de la ciudad, con la presencia del alcalde y las autoridades municipales. El corazón latía en todo mi cuerpo. Aún lo siento, 51 años después.

7. Ir a León a Bachillerarme
Creo que el primer "Break Point" de mi vida  fue el dejar mi trabajo como ayudante de carpintería, en las vacaciones de 1970, y decidir irme a León, al legendario Instituto Nacional de Occidente. Gracias a mis amigos y a Mauricio, emprendí la primera aventura fuera de casa. Nunca volvería. Y en León y en el Instituto, conocí un "nuevo mundo". Una ciudad y recuerdos que aún guardo en el corazón. 

(CONTINUARÉ)

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