EL NACIMIENTO DE MI PRIMERA HIJA, MEY LING

Era un viernes 29 de junio de 1979, y el ruido de los aviones “push and pull”, se escuchaba a cada momento, en aquel verano inolvidable para Nicaragua. Era el día 27 de la insurrección final, que había comenzado el sábado 2 de junio, con el asalto al cuartel de la guardia somocista en el Ingenio San Antonio, donde se encontraba mi esposa Armantina, una joven mamá de 21 años, quien llevaba en el vientre a la pequeña Mey.

 

Armantina, se había salvado de milagro del ataque con la tanqueta al Hospital del Ingenio y se encontraba en una casa en el Reparto Las Palmeras, al sur de la ciudad de Chichigalpa, esperando el nacimiento de nuestra primera hija. Yo trabajaba como nunca antes en mi vida, como médico en el primer centro de salud con camas de Nicaragua. Los pocos médicos del pueblo habían huido, y el Frente Occidental “Rigoberto López Pérez”, me había designado el hacerme cargo de la atención en salud a la población.

 

Un “compa” me había llevado la noticia del inicio del trabajo de parto de mi esposa, había bajado a valorarla y le dije que estuviese tranquila, que ya pronto seria la mamá más linda de la cordillera de los maribios. Nos habíamos casado pocos meses antes, sin sospechar que nuestras vidas cambiarían tan radicalmente. Las insurrecciones de 1978 y 1979, habían estallado como granadas de fragmentación, para acabar de una vez y para siempre, con la sanguinaria dictadura somocista.

 

Habíamos visto a las tropas del CONDECA, los soldados de la EEIBI, y los terribles soldados coreanos, con sus fusiles galii y sus caras pintadas. Había escapado de la cárcel, la tortura y la muerte, mientras estuve encarcelado en Chinandega, bajo las ordenes del Perro Gómez y mi esposa embarazada había tenido que caminar los 5 kilómetros que hay entre el ingenio y Chichigalpa. El ambiente de guerra, había adelantado el parto, pero me sentía lleno de confianza. Nadie sabia cuando terminaría todo, yo debía atender al hospitalito, y Armantina estaba bajo el cuido de la Divina Providencia, y la familia Sequeira y los vecinos, todos solidarios y unidos como nunca antes, un pueblo unido para cuidarse, mientras esperaba el amanecer de la joven Revolucion.

 

Después del medio día, preparamos todo en una carpa que la Cruz Roja había levantado en el parquecito de Las Palmeras, ahí teníamos una improvisada sala de partos, y con la ayuda de una enfermera vecina, empezamos el parto de Mey. Mi esposa siempre ha dicho que sus partos fueron algo maravilloso, deseados y realizados con mucho amor, y estaba haciendo todo muy bien, como si fuera una parturienta experimentada. No parecía una primigesta, y muy valientemente, seguía todas las instrucciones de su marido, el joven doctor Pérez.

 

Todo iba bien, hasta que sentí la “circular de cordón”, una complicación no esperada, ya que el cordón umbilical se había enredado en el cuello de mi pequeña hija. Recordé los cientos de partos realizados en el hospital y las enseñanzas del maestro Salvador Salinas Esquivel y los libros de obstetricia. Yo sabia lo que tenia que hacer, y debido al pretérmino del embarazo, pude colocar las pinzas alrededor del cordón, y cortar, con la ayuda de la enfermera, para la salida exitosa de mi bella chinita del vientre de su mamá. Y así fue. Nació nuestra hija, extraje la placenta, aplicamos el procedimiento de rutina en todo parto y sonreímos todos, Armantina, la enfermera y yo, mientras observábamos a nuestra hija, mientras los aviones seguían sobrevolando la ciudad y a lo lejos, como truenos en inviernos, se escuchaban las explosiones de las bombas de 500 libras.

 

La guardia se rendiría 20 días después, Somoza se iría para siempre de Nicaragua, mientras Mey Ling y muchos niños nacían bajo el sol de la Revolución, los hijos de la nueva Nicaragua. Los compas recuperaron una cuna, y la llevaron para que Mey tuviese un lugar donde dormir, mientras esperábamos sin saber aún, que el 19 de julio estaba tan cerca.

 

Todavía un rocket, una bomba arrojada por un push and pull , caería en el patio de la casa, donde Armantina daba el pecho a Mey Ling, pero Dios, que es tan bueno, quiso que no explotara, y quedara ahí, hundido en la tierra, a pocos metros de donde estaban esas dos mujeres, una madre y una bebecita. 

 

Ese mismo día, un 29 de junio de 1979, a la misma hora en que nacía Mey, había sido emboscado y asesinado Mauricio Abdalah, delatados, bajados del vehiculo donde circulaba con Gerardo Lindo y fusilados, como acostumbraba hacer la genocida guardia somocista. Nacía Mauricio a la inmortalidad y nacía Mey, para convertirse en la mejor psicóloga de su generación.

 

Han pasado 42 años, y Mauricio nos sigue cuidando con su mirada dulce, cuidándonos con amor desde el cielo, aún recuerdo sus últimas palabras, “cuida de Armantina, que no le pase nada”. Gracias hermano del alma. Gracias. Tus restos mortales están en Chichigalpa, a la par de mi abuelita Chepita. Ahí te llevó entre lágrimas tu padre, don Abel, ahí estas y seguís estando en Mey y tantos y tantas, niños, hombres y mujeres, qué de una forma u otra, hacemos realidad tus sueños, y los sueños de Sandino, como aquellos versos del poeta, “algún día, hijo mío, todo será distinto”.

Comentarios

Entradas populares de este blog

“Un hombre con corazón de niño”

A Mauricio Abdalah

La experiencia de la carcel, la tortura y el dolor.