PEQUEÑOS GRANDES MOMENTOS

Hoy inicia el mes de Junio, y como escribí hace poco, no sé si engrosaré la lista de defunciones a causa del SARS-CoV.2, que al día de hoy, cuenta con 6,2 millones casos y 373,000 defunciones.

Por ello, estoy haciendo de los "grandes" momentos de mi vida, una suerte de lista de los hechos, guardados en mi memoria de "para siempre". Con estos recuerdos he vivido y moriré, parcialmente satisfecho del recorrido.

8. Obtener la beca para estudiar Medicina

Hoy en día casi todo estudiante obtiene una beca, bien por ellos; no fue así siempre, mucho menos en 1972, el año de esta historia.
"Había concluido el bachillerato, el requisito para ingresar a la universidad y a la Facultad de Medicina. Era diciembre de 1972, el año del terremoto en Managua. Alguien me comentó que la directora de Bienestar Estudiantil en la UNAN León (el único lugar en el país donde existía la carrera de Medicina), era una señora buena, digna y justa. No dude en buscarla y tocar la puerta de su oficina. Así lo hice una mañana.

Me abrió doña Rosita, su asistente. Le expliqué brevemente que necesitaba hablar con la Dra. Flores, con relación a una beca. No sé porqué me recibió personalmente, pero lo hizo. Le expliqué lo más conciso mi situación: "Doctora, me acabó de bachillerar en el Instituto Nacional de Occidente, quiero estudiar Medicina, no tengo dinero para ello, mi padre abandonó a mi mamá, ella no tiene ninguna posibilidad para ayudarme, ayúdeme, por favor"
No sé que cara me habría visto, pero le pidió a Doña Rosita tomara mis datos, y me dijo "le vamos a avisar".

En enero de 1973, Doña Rosita llegó al pueblo, indagó en la escuela, el colegio, los vecinos, no sé con quién más. Ya tenía mi certificado de notas y mi diploma de bachiller. Dos semanas antes de iniciar las matrículas en la universidad, recibï el primer telegrama de mi vida: "Presentarse el día X en las oficinas de Bienestar Estudiantil".

Llegué, esperé que abrieran y entré. La Doctora Flores me dijo, tras su enorme escritorio y sus lentes, con una expresión sobria y clara: "Se le ha concedido una beca especial, no pagará un centavo por sus estudios, vivirá en una residencia universitaria, y trabajará para Bienestar Estudiantil, se le pagará 200 córdobas mensuales.  No debe tener ningún problema académico. Debe presentarse el dia Y en la "Casa del Estudiante", el doctor Miguel de la Llana, le entregará las llaves".

Salí como el niño con su trencillo de juguete, no olvido lo que le dijé a la Dra. Flores: "Muchas gracias doctora, no la defraudaré".

Y así fue. Esa fue la forma en que ingresé a la UNAN León en 1973.


9. Mi ingreso a la Universidad

1973. Aún recuerdo mi número de carnet 70441, y por ahí guardo esa primera foto, el pelo largo, 16 años. Clases plenarias en el Auditorio "Ruiz Ayestas", clases de grupo en aulas para 20 o 30 estudiantes, laboratorios de química o biología, el préstamo de libros en la biblioteca y los profesores, que sabían todo, sin libros en la mano, sin láminas de acetato, sin apuntes. Y miles de adolescentes, cada quién dando lo mejor, estudiando para obtener la mejor nota, clasificaban los mejores, todos teníamos un año para demostrarlo.

Yo, estaba dentro, y nada me detendría para ingresar a Medicina, era un año entero, dividido en dos semestres. Hice el examen para Matemáticas y no aprobé, de modo que tuve que hacer "cursos de verano" y obtuve mi primer 90, estudiando 4 horas cada día, realizado cada ejercicio, hasta obtener la respuesta correcta. Y ese fue el modelo a seguir.

Sin darme cuenta fue pasando el tiempo. Habían clases nuevas como Historia de la Cultura, con el sabio Edgardo Buitrago; clases complicadas como Química y Matemáticas; clases sexys como Biología; clases para "abrir los ojos y las conciencias", como Sociología y clases hermosas como Literatura. Estudiaba y estudiaba. Y un buen día, el año terminó. Fuimos citados para revisar una lista, donde aparecerían, los clasificados para cada carrera.

Esa mañana, cientos de estudiantes, nos apretujábamos afanosos, buscando nuestros nombres en el listado, la de Medicina estaba en orden de la mejor nota hasta el último clasificado. No olvido los primeros nombres, Martha Medina Sandino, la mejor estudiante de Nicaragua; Eduardo Quant Palaviccini el mejor estudiante del pedagógico, y así, y de repente en el número 36, mi nombre: René Pérez Montiel. Había logrado mi sueño de niño y aún adolescente, ya estaba dentro. ingresaría a la carrera de Medicina. Estos primeros 16 años de vida, habían valido la pena.

10. Mi vida en la "Casa del Estudiante"
Nunca antes, siquiera lo había pensado: una cama propia, solo para mi,  un "catre" como le decían en aquella época, un inodoro, una ducha, una casa con piso de ladrillos, techo con "cielo raso", paredes de adobe, amigos, compañeros de estudio, desayuno todos los días en casa de Doña Anita, almuerzo y cena caliente. Tiempo para estudiar, tiempo para cantar, tiempo para jugar como niños, tiempo para escuchar música, tiempo para poner serenatas, tiempo para vivir mi primera experiencia sexual. Todo ello ocurrió entre mis 16 y 21 años, en esa inolvidable casa leonesa, situada cerca del parque San Juan.

Ahí viví la transición, de adolescente a un joven médico. Ahí experimenté muchas cosas, pero sobre todo, me di cuenta que la vida está plagada de sorpresas, años maravillosos de 1973 a 1978, de esa época hoy lejana, puedo decir ahora, fui por esos años, muy feliz.


11. Buenos días doctor.
Había sobrevivido a la mortalidad neonatal, a la ausencia de un padre, a la experiencia de ser hijo parental, a la tortura y la cárcel (sobre esto no he escrito). Era un niño adolescente dismórfico, avergonzado de muchas cosas, la pobreza material y la humillación infantil.

Todo cambió una mañana de 1978, cuando ingresé al hospital, con mi gabacha blanca, mi estetoscopio al cuello y mi Harrison en la mano. Me recibió una enfermera morena y gordita, quien sonriente y educada, me saludó diciendo: !Buenos días doctor!.

En ese momento mágico, mi vida dió un giro. Había nacido un nuevo ser humano, para bien y para mal, muchas cosas cambiarían a partir de ese momento. Ya había conocido al amor de mi vida y en unos meses me casaría y nacería mi primera hija, y empezaría la guerra y triunfaría la Revolución. Muchas cosas en tan poco tiempo. Ya habría tiempo para vivir y experimentar nuevos pequeños grandes momentos.









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